Sunday, June 12, 2011

Buscando a Cantalicio

Había una vez… y dos son tres… que si no era pan, era café…

Erase una islita en el Caribe, la menor de las Antillas Mayores, donde los cuentos infantiles comenzaban en tan singular manera.

Era una época de paz y tranquilidad donde reinaba el amor y la armonía ciudadana, y donde, verdaderamente, se sentía el orgullo patrio en todas las esquinas.

Eran tiempos donde las madres dirigían una plegaría junto con sus hijos antes de dormir, e incluso nos narraban un cuento para que pudiéramos conciliar el sueño. La historia que relato se refiere al vecindario en que me crié, pero esta es una que se repitió, antes o después en cada uno de los pueblos de Puerto Rico. Las experiencias que aquí expreso, consecuentemente, son las de todos los puertorriqueños que nacieron durante la década del cincuenta, o con anterioridad a esta. Estas, con sus variaciones singulares, sirven como espejo a experiencias similares de todos nuestros hermanos Latinos en nuestros países, durante épocas pasadas que han sucumbido ante el embate del progreso, pero que, indudablemente, nunca debemos olvidar.

Eran los tiempos de la Brillantina Halka, "...y quedó peinado, se peinó con Brillantina Halka. Halka al palo, Halka bateando, Halka llegando a home, brillantina Halka, para el campeón, Halka y su peinilla, su peinilla y brillantina Halka".

Eran tiempos donde nos llevaban de la mano a Rolán y Tom McCann a comprar los zapatos de la escuela y el paseo por el viejo pueblo de Rio Piedras, que en aquellos tiempos era el equivalente a los Centros Comerciales de hoy día, pero con una personalidad muy especial.

En Rio Piedras había una Plaza de Recreo, como en todos los otros pueblos, pero que sabía yo, Rio Piedras y Santurce, eran mi territorio. Fue en esta Plaza de Recreo, o en "la placita" como todos solemos decirle, donde junto a muchos de mis amigos de infancia, nos deleitábamos con cuanta actividad musical aparecía. Eran actividades placenteras, y fuera que pudiéramos ver, de cuando en vez, uno que otro pitillo, las drogas no eran un problema visible. Era, verdaderamente, un ambiente sano. Luego llegó a mi vida el Viejo San Juan, y otra placita, la de Roosevelt, en Zayas, definitivamente, otros veinte pesos.

Era en ese pueblo donde nos llevaban de gira por SanRío, Linera, Almacenes Linda, las Tiendas Ultra, La Colombina, donde "Camelia Soto y sus atentos empleados", siempre esperaban la visita, Clubman, La Esquina Famosa, si, la de Telesforo Fernández, en fin, por un placentero pueblo del cuál solo queda su esqueleto, en recuerdo de un vibrante pasado que solo despunta a un incierto futuro. Luego Velasco, "calidad... y prestigio", y González Padín, "la tienda de calidad" hicieron incursión en “el nuevo mundo de Plaza las Américas”.

En las mañanas la leche fresca de la Suiza o Tres Monjitas, llegaba con la visita del lechero, que quién sabe a ciencia cierta cuantos hijos dejó a través de su ruta, pero el refranero "es hijo del lechero" queda como recuerdo de aquellos tiempos.

En camino a la escuela escuchábamos el pregón, "El Mundooo, el Imparcial y el Mundo", no había más ná, y tampoco era necesario, ya que Evelio Otero daba las noticias, fielmente, todas las noches, y se acababa la televisión y todo el mundo a dormir porque "mañana es otro día". También teníamos a D. Clay McDowell, el profesor y primer meteorólogo de la televisión boricua quién siempre daba el tiempo al revés. Si el profesor anunciaba lluvia era tiempo de preparar un día de playa. Un día soleado era indicio de lluvia, y aguaceros dispersos, cuidado, que se acerca un huracán. Con McDowell aprendimos sobre la incertidumbre de los pronósticos pero también entendimos que en la vida en el trópico "si llueve te mojas, y, si no llueve, no te mojas".

Era un tiempo donde la industria nativa afloraba en todas direcciones y teníamos a la Corona y la India, en malta y cerveza luchando por la hegemonía, El Café Rico, “puro de Puerto Rico", el Café Crema "que me den, que me den, que me den,... la taza llena", y, por supuesto, Yaucono, "por el gustito yo lo sé", todos estos entre los mejores en el mundo.

Las galletas Sultana, eran "un nombre con justa fama", y moraban en casi todos los hogares, las piraguas eran hechas con el Sirope de Luis Pino, en el área de Talleres, ricas piraguas, de dos sabores, que solo costaban 10 centavos, si los tenías, ya que siete u ocho eran buenos. Era un tiempo donde un centavo aún tenía valía. Era un tiempo más sencillo, más sabroso y mucho más placentero.

Había trabajo para todos, al menos todos se ganaban la vida. Nadie vivía del mantengo, no existían los cupones de alimentos, pero todos comían, y, el que menos sobrevivía vendiendo, o revendiendo el fruto de la tierra. En realidad, no recuerdo a ningún desempleado, no conocí el concepto del desempleo. El problema de la droga era desconocido, al menos dentro de mi entorno, salvo de aquél anuncio que recordaba el que “algunos sueños son pesadillas”. Era una época donde no había tiempo para ser ocioso, y, por consiguiente el "ganarse el pan con el sudor de la frente", no tan solo era decoroso, era también necesario.

En aquél entonces Piñones estaba repleto de cangrejos y las luces se apagaban tempranito ya que no había electricidad en el área. Recuerdo, yo, un chamaquito, ir con mi padre, mi madre y mi tío Jorgito en busca de cangrejos, y notar como el paso del vehículo arrollaba a decenas de crustáceos en su marcha. Eran tantos los jueyes en el área.

Mi padre, quién manejaba por el sector con sus luces apagadas, para no asustar a los jueyes, detuvo la marcha, y de momento, él y mi tío abandonaron el vehículo por ambas puertas, a la señal de papá, mamá prendió "los silbines" del carro, y recuerdo como ayer, el encendido que develaba ante mis maravillados ojos de niño lo que parecían ser millones de inmóviles criaturas azules que de inmediato iban a parar en los sacos que mi padre y mi tío llenaban rauda y hábilmente.

Terminada la pesca, en lo seco, los jueyes ahora se destinaban a la jueyera de mi casa, donde luego de varias semanas a fuerza de maíz, para limpiarles el sistema de impurezas, iban a parar a la olla para el consumo de familiares y amigos que venían a disfrutar de los sabrosos crustáceos los domingos en la tarde desde diferentes lugares de la capital e, incluso, la Isla, como llamábamos a la zona rural del Puerto Rico de ayer. Ya no quedan jueyes, ni cangrejos, de vez en cuando se puede observar a un cobito entre las rocas, un tiempo pasado que nunca podrá regresar.

Viajábamos mensualmente a "la finca en Yabucoa", a visitar a nuestros familiares. El tío Erasmo siempre sacaba varios sacos de tubérculos y frutas los cuáles regresaban con nosotros al área metropolitana. Las yucas, yautías y las malangas, llenaban un saco, mientras que chinas, toronjas y limones, llenaban otro, finalmente un tercer saco lleno de panapenes, completaba el lamento borincano, que era, en nuestro caso, un peregrinaje sumamente alegre.

Junto a los cangrejos, había tubérculos y frutos, todos de la tierra, disponibles para nuestro consumo. Es que se vivía con poco y la tierra daba mucho.

Mi tío Benito preparaba el “bilí” de quenepas, uno que no pude probar hasta mucho después, pero que muchos describían como el néctar de los dioses. Debió haber sido así, ya que escuché a muchos hablar en lenguas y actuar como entes de otro mundo luego de consumir varias copas. Un amigo lo describía, entre risas, como la única bebida “Premium”, el resto es como beber gasolina regular. Cuando me llegó el momento de probar, me provocó un respeto enorme ya que comprobé con el primer sorbo, que todo lo que había escuchado, para describir al bendito "bilí", a través de los años, era la verdad.

Las Navidades eran verdaderamente especiales y espectaculares.  Junto a Danny y Teddy, los panitas de la calle, agarrabamos un guiro, una clave y una lata y un palo y nos ibamos a dar parrandas en el barrio.

En una noche, con "Saludos, Saludos", como el éxito de nuestra limitada elocución musical, nos llevabamos un diez cada uno.  En esa época eran un montón de chavos, y lo haciamos tres o cuatro veces en semana.

Como rendía la temporada navideña... "esta casa tiene las puertas de acero y el que vive dentro es un caballero", pero el que no hacia caso tenías las "puertas de alambre y los que viven dentro... están muertos de hambre".

Ya las parrandas no existen, se fueron con los Reyes Magos.

Esas memorias aún se mantienen latentes en mi mente, y me recuerdan que crecí durante una era mejor, donde, el ser humilde, no era el equivalente a ser pendejo.

Un personaje de cándido linaje que fue producto de ese tiempo, fue una tirilla cómica que sirvió como carácter de comercial para una de las cervezas nativas de la época, la Cerveza Corona. El personaje, Cantalicio, era el Cid Campeador de aquellos tiempos, y defendía la idiosincrasia boricua con su "Corona" en mano, ante los embates del extranjero “Joe”, "el Gallego”, "Transistorio" y "el Man", personajes modernos que olvidaban la malicia jíbara de Cantalicio y buscaban siempre como comerle los dulces, o darse una Corona, junto a nuestro héroe, por supuesto, “al estilo Nueva York”.

El que vivió ese tiempo tiene que recordar un comercial donde Cantalicio defendía su monta, Cantalero, a quién "el gallego" le había apostado veinte pesos. La voz "del gallego" decía, "arriba Cantalicio defiende mis chavos", en el Hipódromo. Apostaban en contra de “Johnny el Man”, quién había apostado al importado “Champion”.

Cantalicio defendía su estrategia al comentar… “Cantalero es purito de Lares y pariente de Camarero, pon una cerveza Corona en la mesa”.

La narración en la voz del inolvidable Pito Rivera Mongue contaba la historia… “fanáticos Champion se acomoda, viene un caballo de atrás, trae un pasito muy bonito es Cantalero, al paso”. Cantalicio y "el gallego" respondieron, en su tono pintoresco, al “Man” quién decía “man me han embarcao”, con un “es que en Corona está el sabor, y el sabor, lo dice todo”.

Que tiempos, el orgullo boricua en la manufactura de un producto era parte del sentir nacional de un puertorriqueño que respaldaba a la industria local a brazo partido. Era una industria de la cuál todos vivíamos, fuera en la manufactura o en la agricultura, desde el café y el gofio, hasta la malta y la cerveza.

El arroz era Sello Rojo, "el del granito", y los Pollos To-Ricos, que llegaron mucho antes que "el pollo Picú quién eres tu", y donde el arroz y la habichuelita eran “el matrimonio perfecto”. En ocasiones, cuando la piña estaba media agria, "por dondequiera se cuela Carmela... salchichas Carmela" o la Picnic, "con el suave picantito que resalta el buen sabor", siempre en conjunción al entrometido granito y su consorte la habichuelita.

Eran aquél granito blanco, corto y repleto de almidón, junto a su rechoncha y colorá concubina, personajes diarios en mi casa y en la del vecino, por eso decían "lo conocen mejor que al arroz blanco". En aquél entonces, recuerdo que el arroz Valencia competía con el granito Sello Rojo, ya que era el que llevaba “la marca de garantía”, y la habichuelita se movía entre uno y otro consorte. Eran de marca “Diablo” y la muestra de su pecado calentaba los platos en los hogares boricuas a diario. Mi tía-abuela, Tomasa, recordaba al servirlas "que el Señor las reprenda".

Sobre este enlace de granos, fue la primera vez que conocí el significado de la discriminación, la habichuelita nunca se mencionaba y era el granito el que siempre recibía la atención, tenía que ser porque el granito era blanco. La única habichuelita que no era de color era la blanca y esta no se mencionaba mucho porque hacía el estómago muy susceptible a explosiones gaseosas, o pedos, como decimos más informalmente, pero para el entender público, eran peos, todos se tiraban peos, luego de consumir el blancuzco grano.

Recuerdo como el pollo fresco del país se compraba en la granja de la esquina, primero de Don Ramón y luego de Don Víctor. En aquellos tiempos al parecer había una granja en cada bloque, eran muchas granjas, o pocos bloques, no sé, pero al sol de hoy, solo quedan bloques.

Al lado de la granja quedaba el negocio de Don Morales, donde un tostado emparedado de jamón y queso, acompañado con una limonada de la Santurce Soda Water, que devorábamos mientras pelaban y preparaban el pollo, costaba solo 25 centavos. Los vegetales frescos y el obligado aguacate, "del país" eran parte del recorrido que costaba una chavería. En la esquina estaba la barbería de Don Edelmiro, y por cincuenta centavos te daban un alemán que duraba dos meses, “se te ven los pensamientos”, decían los amigos al “admirar” el recorte.

Eran muchos los dones, y es que era una época donde el respeto valía y la denominación DON, de origen noble, era muestra de nuestro linaje, y se usaba con mucha frecuencia. Los dones hoy día también se han ido perdiendo, dentro de sus muchas definiciones.

Continuando con el respeto, en esos tiempos se respetaba la vida, y un asesinato era una verdadera noticia, no es como hoy, cuando los asesinatos son parte del diario vivir. En aquél tiempo, una disputa se resolvía a los burrunazos, y en el momento antes de que la sofriega perdiera control, siempre intervenían los referís, que también eran parte de la fanaticada del pleito. En ocasiones no llegaban a ese extremo y todo se resolvía con un "se lució chayote", o un mira a ver " te peinas o te haces rolos". Hoy día, el más pendejo saca un cañón y ocasiona una irreparable desgracia.

El sonido de "llegó la guagüita" resolvía las necesidades de último minuto del ama de casa, que podía salir corriendo a comprar plátanos, tubérculos, chinas, lechugas, tomates, aguacates, en fin, cualquier cosita que faltaba para completar la cena. Debo corregir la oración anterior, éramos los niños quienes, luego de esperar el paso del pregonero, salíamos a comprar las cosas que estaban en la lista de mamá. Una vez que esto estaba hecho, podíamos continuar con los juegos en la calle. Era como el descanso de la séptima entrada en el beísbol, la espera del pregonero.

En los patios de nuestras casas y a través del vecindario habían acerolas, jobos, y jobillos, grosellas y guayabas, rojas y blancas, limones, chinas, toronjas y cocos de agua, siempre disponibles para que pudiéramos disfrutar todo en abundancia. Vivíamos en armonía con la tierra, hoy en día en los patios, solo encontramos cemento. En el país, hay menos árboles, menos flora y mucho más calor.

Más tarde los chamacos esperábamos el sonar de "...palitos de fruta, sándwiches de helado, Polar Bar barquillas, que ricos malteados... PAYCO... si no tiene la carita no es PAYCO de verdad... PAYCO. Ese era el último momento de compartir con los panitas del bloque antes de la recogida final, firme y obligatoria que venía con "el toque de queda" de mamá. Siempre recuerdo a Don Geño, que al llegar de la construcción decía "puñeta, ustedes no tienen casa", era un llamado singular, pero surtía el mismo efecto.

En aquellos tiempos papá y mamá, entre ambos, ganaban alrededor de mil pesos al mes, y vivíamos bien, asistiendo a escuelas privadas y recibiendo la educación que nos ha permitido avanzar a estos tiempos modernos. Había dos carros de la época en la casa, y no nos faltaba nada. Nuestra primera hipoteca era solo 34 pesos al mes, en el Reparto Metropolitano y luego los viejos adquirieron otra residencia, en Guaynabo, que también legaron a sus hijos. Entraba un poco más, dado los chivos que se buscaba el viejo, y el segundo negocio que montó la vieja, que me parece todo fue ahorrado para la educación de sus hijos. Unas prioridades tan diferentes las de aquél entonces.

¿Como lograron tanto con tan poco?

Era un tiempo donde la tierra y nuestra gente producían lo necesario, y donde no necesitábamos nada del exterior, fuera de los vehículos de motor y la gasolina que en aquél entonces costaba cerca de 18 centavos el galón.

Ahora tenemos progreso, amplios expresos, vehículos que giran la circunferencia boricua a exceso de velocidad y muchos de nuestros conductores se juegan la vida al manejar en estado de embriaguez.

Los grandes centros comerciales han ahorcado el comercio local e incluso los libros que antes se conseguían en Librería Thekes y Bell Book and Candle, ahora se encuentran en Borders y Barnes and Noble, donde vibra el trabajo del escritor extranjero y se limita el trabajo del autor del patio. Debo sentirme afortunado ya que mis libros se venden en estos establecimientos, pero, me pregunto, ¿será porque soy considerado extranjero? En aquél tiempo, se colocan los productos con solo ver a Rogelio o Lydia, en Thekes. El colocar un producto en una librería en estos tiempos es todo un suceso. Todo es más difícil, que burocracia, la nuestra.

En aquellos tiempos, en el parque de beisbol se escuchaba otro pregón, "cerveza, la cerveza fría, cerveza". De seguro éstas eran Corona o India "que buena está la India" y estaba buena de verdad ya que salí con la bella joven mulata del comercial, en varias ocasiones, durante mis tiempos de mozo.

También jugaban todos nuestros nativos, Clemente, Peruchín, Pellot Power, y "el zurdo de ébano" el gran Terín Pizarro, que también la sacaba del parque en una era donde todo el mundo bateaba. El 22, el gran Rubén Gómez, "ese és tu papá", mágica y magistralmente continuaba blanqueando al San Juan. Los primos, los eternos rivales, sobre quienes el gran Jacobo Morales decía "marrallo sea el beísbol" eran la tradición viva de nuestro deporte. Ya no quedan, primos, ni rivales, ya que al Santurce y San Juan de antaño, se los chupó la bruja.

Todos los nuestros se daban cita en el torneo invernal. Era un beisbol de orgullo, historia y tradición compartida entre peloteros y aficionados. Era un beisbol de grandes rivalidades que desarrollaban llenos totales en el viejo Escobar, y luego, a partir del 1962, en el Hiram Bithorn. Estas rivalidades, la historia y la tradición se han ido en dirección al pasado y de la misma manera la asistencia a los partidos ha tomado la condición de un globo en el proceso de desinflarse, y, los genios de la insuficiencia moderna no entienden como detener el proceso. Es sencillo, las soluciones, todas se encuentran en analizar nuestra historia.

Vimos a jugar a Pachín, Tinajón, Teo, Johnny Báez, Rafael Valle, Rubén Adorno, eran tantos nuestros paladines en el deporte del balón y el aro, que en aquél entonces se conocía como el Baloncesto Superior. Luego llegó "el Gemini 4" Tito Ortíz, "El meteoro" mi gran amigo Freddy Lugo, Raymond, y "el tirabuzón de Teddy", el gran Neftalí Rivera, quienes bajo la eufórica narración, "del olímpico" Don Manolo Rivera Morales, "el señor apúntenlo", continuaron con el desarrollo del ahora "básquet", en la Isla. Entre los jóvenes que practicamos el juego del balón, el baloncesto superior era "la "Liga" y este era el propósito de muchos, el llegar a jugar en "la Liga". Pensar que algunos también lucían en el volibol Superior, como Adorno y “el Cuco” Casanova.

En la hípica, recogíamos orejas en el Barrio Colo y disfrutábamos de ver correr a Temporal y Barrio Rosario, en entry, Igneíto, Bolero Son, El Gato, Blanqui R., George Chamblin, Ray Jeter, Yacalaca, Santurce, Valentino, Galleguito I, y todos aquellos grandes de nuestra hípica, que siguieron al campeón mundial, Camarero y al sensacional The Kid. Era un tiempo donde nuestros nativos se enfrentaban y ganaban consistentemente ante los buenos importados que se daban cita en el Viejo Comandante, con la narración, primero de Pito, que siguió a Bebé, y luego de otro grande como lo es Norman Hopgood Dávila. Recuerdo siempre que en sus comienzos Norman dio tremenda metida de pata al declarar "y último Montaraz que está fuera de carrera". Demás está el añadir que Montaraz, en un increíble empuje final, doblego a la oposición. Norman se sobrepuso al momento para convertirse no tan solo en un campeón entre los narradores en la Isla, pero todo un campeón a nivel mundial.

Ahora hay Bud Light, Coors Light, Medalla, Beck, Presidente, Heineken, y un cojonal de cervezas todas, menos "la Medallita", extranjeras. Ahora los grandes centros comerciales han dado al traste con la industria nativa y estos se han convertido en el centro de reunión de los jóvenes. Ahora la droga es el mayor problema que les acecha, y, ya no se escucha "la mente sana en cuerpo sano", ni "el mejor anotador no es siempre el mejor jugador", de Millín Romero Cuevas, en la YMCA. El individualismo que reina en nuestra sociedad no permite ese tipo de sentimiento, y mucho menos el entendimiento del pensamiento.

El personalismo tradicional del político Latinoamericano, también ha quedado en el pasado y las personalidades de Don Luis Muñoz Marín, Don Pedro Albizu Campos, Don Juan Mari Bras, Rubén, Cuchín y Don Luis A. Ferré, han sido substituidos por una partida de mequetrefes y soplapotes que avergüenzan, en manera diaria y persistente, a la nación boricua.

¿Como llegamos de ser un pueblo agrícola, a uno concentrado en la manufactura y de ahí a convertirnos en una nación en extrema consumista? ¿Como? ¿En tan poco tiempo? ¿Como, Puerto Rico? La historia nos narra el proceso, pero cuando apreciamos las circunstancias podemos entender que es un cambio nulo y vacío.

El Puerto Rico de ayer era muy diferente, era un mundo mejor. ¿Como hemos perdido tanto y avanzado tan poco, en solo un par de generaciones?

Si continuamos en este sendero, no quiero imaginar las historias que le contaran mis hijas, a mis futuros nietos. Es mucho lo que hemos perdido como sociedad, y como cultura, y es importante rescatar el orgullo nacional que es nuestro patrimonio, uno que pertenece a cada uno de los boricuas como herencia cultural de una nación hacia el futuro. Necesitamos rescatar el orgullo patrio, el orgullo en nuestro trabajo, todo esto dentro de nuestro respeto por la sociedad moderna.

¿Como logramos este cometido? Sencillamente la solución está dentro de todos los puertorriqueños consientes de nuestra situación y nuestro destino. Necesitamos levantar nuestra voz ante las fuerzas anexionistas que nos acechan y establecer un frente socio-cultural de contención ante estos embates. Los ideales políticos, van y vienen como la marea, pero nuestra cultura no está en juego, es nuestra, nos pertenece, y es nuestro legado para las futuras generaciones.

Desde que Cantalicio se fue a pastar con Cantalero, Puerto Rico ha estado perdiendo, de manera paulatina, pero consistente, ese orgullo comunal por lo verdaderamente nuestro, y, con el paso del tiempo, también, hemos perdido la facultad de defender los nuestro ante los estragos causados por las fuerzas foráneas. Es necesario volver al pasado, para caminar con seguridad hacia el futuro, y me pregunto, ¿alguien ha visto a Cantalicio?

Necesitamos de muchos más Cantalicios, representados en la voz de hombres y mujeres de valor y compromiso que no cesen de recordarle a nuestro pueblo el que está prohibido olvidar.

Pensar que cuando papá y mamá me hablaban de dos chavos de mortadella con pan, o de huevos a chavito, yo no lo creía posible...

Había una vez… y dos son tres… que si no era pan, era café…

Aquí tienen tres enlaces de YOU TUBE a comerciales de Corona presentando a Cantalicio, Joe, el Men, Transistorio y el gallego. El cuarto presenta al granito Sello Rojo de Safari en el África... Finalmente, un pequeño documental recuerda la época de los 40, hemos cambiado mucho en 70 años. Muchas buenas, otras malas, y otras regulares. Son todos recuerdos de un mejor tiempo y una mejor vida en nuestro Puerto Rico.

Pienso que cuando decimos, al presente, "que nos pasa Puerto Rico" no entendemos la verdadera profundidad de ese sentir.

Había una vez… y dos son tres… que si no era pan, era café…

1 comment:

  1. Es importante recordar los tiempos verdaderamente especiales, recordar a un Puerto Rico mejor.

    Si conocemos de donde venimos es más fácil entender hacia donde nos dirigimos.

    Un pueblo sin pasado, no podrá tener un futuro. Aprendamos de nuestra historia.

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